Ricardo Candia Cares
El cambio democrático que sucedió ese lejano 1991, no pasó por algunas organizaciones sindicales, algunos partidos políticos, por las iglesias ni por las Fuerzas Armadas y Carabineros.
Instituciones herméticas y verticales, todo este tiempo han hecho increíbles maniobras para parecer sin serlo.
El caso más peligroso de los comentados es el de las instituciones armadas y la policía. Considérese que tienen el uso exclusivo de las armas con un poder de fuego que no es posible siquiera imaginar luego de las importaciones de maquinaria bélica de penúltima generación la que podría volar La Moneda en menos tiempo y con mucha mayor precisión, en el caso de la Fuerza Aérea y sus F-16, y demoler edificios y poblacion. Más de veinte años después de retomada la democracia tal como la conocemos, el secreto con que se estilan las cuestiones referidas a las Fuerzas Armadas sigue siendo el mismo de antes. Que de vez en cuando aparezcan escándalos de magnitudes mafiosas, no quiere decir que se sepa todo.
Un general intenta comprarse una casa digna de un rockstar y sigue en su puesto. Un puente se compra pagando un elevado sobreprecio. Los casos de los aviones Mirage comprados con coimas a generales, las trampas hechas en el caso de los tanques Leopard, y para qué decir la historia ya olvidada de la venta de bombas de racimo a Irak, el armamento enviado a Croacia, la venta clandestina de armas a Ecuador, de lo que se sabe.
Santiago de Chile, ocho de marzo.
Un despistado negrito de origen ecuatoriano cruza la calle en su bicicleta. Lleva una lata de porotos y ganas de llegar a su casa donde lo espera su señora, suponemos con el postre para celebrar el Día de la Mujer. Dos Carabineros de ropas reflectantes, lo detienen por cruzar con luz roja. Exigida su identificación, Freddy Quiñones se niega a mostrarla, los carabineros lo esposan entre tirones, palabrotas y golpes y por alguna razón inexplicable, se quedan con su presa amarrada de pies y manos por largos minutos mientras la gente, que sigue pasando con rojo, los insulta y les ofrece ideas para mejorar la postura gallarda de la que parecen disfrutar.
La conducta de esos carabineros, excusada la torpeza de la que hicieron gala, es parte de la enseñanza que reciben, de la convicción inoculada en las escuelas matrices de su superioridad e impunidad, en especial cuando de lo que se trata es de un negrito de sospechosos orígenes y ocupación. Razón tiene Quiñones: si hubiera sido un francés o un alemán rubio el que la hace, el trato habría sido diferente.
Distinta fue la conducta que mostraron los Carabineros cuando un delincuente patea en forma cobarde a una mujer con su pequeño hijo. Excusada también la torpeza, es notable la falta de escrúpulos que manifiestan esos funcionarios, quienes olvidaron sus obligaciones, y simplemente dejaron ir a víctima y victimario sin siquiera anotarles el nombre.
Resulta curiosa la conducta policial si se pone una junto a la otra. Un celo policial extremo en un caso, y una desidia que limita con el delito en otra. También resulta intrigante la respuesta de los jefes en el primer caso. Sin que se le mueva un músculo una oficial de Carabineros, antes que cante el gallo, se apresura a decir que lo obrado bien hecho estaba, afianzando el actuar desproporcionado, torpe y abusivo de la pareja de subordinados, asumiendo un equívoco rol de juez en un asunto en que los hechos la desmienten por sí solos.
De aquí a poco estas epopeyas serán una historia que habrá que rastrearla en Google. Por lo menos, en el caso de la mujer pateada los encubridores del delito fueron exonerados. Faltaría llevarlos un tribunal. En el caso del moreno Quiñones no pasará nada, como no pasó nada cuando los niños mapuche torturados en un vehículo policial denunciaron con imágenes su caso. O cuando un cobarde pateó a un mapuche inmovilizado a la salida de una comisaría en el sur. O en el caso de los abusadores que transformados en Sheriff, que volcaron el mote con huesillos de una humilde mujer...
Estos casos de abusos policiales a personas comunes se hermanan con los fraudes a gran escala por los altos grados de impunidad con que se realizan. Con instituciones aún fuera del alcance de la fiscalización democrática, que mantienen vivos los rescoldos de la supremacía que lograron durante la dictadura, casos como éstos y otros que quizás no se conocen ni se conocerán nunca, seguirán ocurriendo.
Hace falta que pase un ventarrón democrático por ciertas instituciones. Que haya todavía algunas que no entienden eso de la democracia interna no constituyen un peligro en sí en la medida que esa anomalía se verifique en gremios, partidos o iglesias. Pero es inconcebible en el caso de las instituciones armadas.
Instituciones herméticas y verticales, todo este tiempo han hecho increíbles maniobras para parecer sin serlo.
El caso más peligroso de los comentados es el de las instituciones armadas y la policía. Considérese que tienen el uso exclusivo de las armas con un poder de fuego que no es posible siquiera imaginar luego de las importaciones de maquinaria bélica de penúltima generación la que podría volar La Moneda en menos tiempo y con mucha mayor precisión, en el caso de la Fuerza Aérea y sus F-16, y demoler edificios y poblacion. Más de veinte años después de retomada la democracia tal como la conocemos, el secreto con que se estilan las cuestiones referidas a las Fuerzas Armadas sigue siendo el mismo de antes. Que de vez en cuando aparezcan escándalos de magnitudes mafiosas, no quiere decir que se sepa todo.
Un general intenta comprarse una casa digna de un rockstar y sigue en su puesto. Un puente se compra pagando un elevado sobreprecio. Los casos de los aviones Mirage comprados con coimas a generales, las trampas hechas en el caso de los tanques Leopard, y para qué decir la historia ya olvidada de la venta de bombas de racimo a Irak, el armamento enviado a Croacia, la venta clandestina de armas a Ecuador, de lo que se sabe.
Santiago de Chile, ocho de marzo.
Un despistado negrito de origen ecuatoriano cruza la calle en su bicicleta. Lleva una lata de porotos y ganas de llegar a su casa donde lo espera su señora, suponemos con el postre para celebrar el Día de la Mujer. Dos Carabineros de ropas reflectantes, lo detienen por cruzar con luz roja. Exigida su identificación, Freddy Quiñones se niega a mostrarla, los carabineros lo esposan entre tirones, palabrotas y golpes y por alguna razón inexplicable, se quedan con su presa amarrada de pies y manos por largos minutos mientras la gente, que sigue pasando con rojo, los insulta y les ofrece ideas para mejorar la postura gallarda de la que parecen disfrutar.
La conducta de esos carabineros, excusada la torpeza de la que hicieron gala, es parte de la enseñanza que reciben, de la convicción inoculada en las escuelas matrices de su superioridad e impunidad, en especial cuando de lo que se trata es de un negrito de sospechosos orígenes y ocupación. Razón tiene Quiñones: si hubiera sido un francés o un alemán rubio el que la hace, el trato habría sido diferente.
Distinta fue la conducta que mostraron los Carabineros cuando un delincuente patea en forma cobarde a una mujer con su pequeño hijo. Excusada también la torpeza, es notable la falta de escrúpulos que manifiestan esos funcionarios, quienes olvidaron sus obligaciones, y simplemente dejaron ir a víctima y victimario sin siquiera anotarles el nombre.
Resulta curiosa la conducta policial si se pone una junto a la otra. Un celo policial extremo en un caso, y una desidia que limita con el delito en otra. También resulta intrigante la respuesta de los jefes en el primer caso. Sin que se le mueva un músculo una oficial de Carabineros, antes que cante el gallo, se apresura a decir que lo obrado bien hecho estaba, afianzando el actuar desproporcionado, torpe y abusivo de la pareja de subordinados, asumiendo un equívoco rol de juez en un asunto en que los hechos la desmienten por sí solos.
De aquí a poco estas epopeyas serán una historia que habrá que rastrearla en Google. Por lo menos, en el caso de la mujer pateada los encubridores del delito fueron exonerados. Faltaría llevarlos un tribunal. En el caso del moreno Quiñones no pasará nada, como no pasó nada cuando los niños mapuche torturados en un vehículo policial denunciaron con imágenes su caso. O cuando un cobarde pateó a un mapuche inmovilizado a la salida de una comisaría en el sur. O en el caso de los abusadores que transformados en Sheriff, que volcaron el mote con huesillos de una humilde mujer...
Estos casos de abusos policiales a personas comunes se hermanan con los fraudes a gran escala por los altos grados de impunidad con que se realizan. Con instituciones aún fuera del alcance de la fiscalización democrática, que mantienen vivos los rescoldos de la supremacía que lograron durante la dictadura, casos como éstos y otros que quizás no se conocen ni se conocerán nunca, seguirán ocurriendo.
Hace falta que pase un ventarrón democrático por ciertas instituciones. Que haya todavía algunas que no entienden eso de la democracia interna no constituyen un peligro en sí en la medida que esa anomalía se verifique en gremios, partidos o iglesias. Pero es inconcebible en el caso de las instituciones armadas.