viernes, 28 de mayo de 2010

Los que eramos Capitan, hoy somos timonel (Illapu)



La cultura de la derrota de la izquierda chilena (Punto Final Nº 710).
por Ricardo Candia Cares

Cuando perder vez tras vez resulta obvio, cuando los decenios pasan sin lograr una victoria de cierta trascendencia, cuando triunfos parciales no hacen sino mas elocuente el destino inmodificable de una derrota mayor, y cuando, a pesar de todo no hay un asomo de espanto, de bronca o por lo menos de asombro, es que entonces la derrota pasó a ser parte de una forma de cultura.

Desde hace mucho que la izquierda perdió el derrotero quedando atrapada en la incomprensión del mundo del que se dice llamada a transformar. Innumerables veces la izquierda, todas esa nebulosa, ha hecho esfuerzos que no cunden porque, al final, la suma de esas fuerzas es cero si se mide respecto del daño que le hace al adversario y desde la credibilidad de la gente que supone representa. Muchos de sus militantes, simpatizantes y adherentes nostálgicos, sueñan con que se repitan esas proezas que alguna vez vivieron, con el convencimiento de que la cosa sería distinta, de no haberse frustrado al final. Práctica que, si se mira bien, aumenta la sensación de derrota.

La cultura de perdedores contumaces se instalo a machote en la psicología de la izquierda el día en que desaparecido la indignación ante los espacios perdidos, ya sea por las zancadillas propias, por las torpezas que hicieron derivar potenciales triunfos en sonadas y vergonzosas derrotas, o por el trabajo paciente, efectivo y muchas veces inadvertido del enemigo.

Cuando la certeza de un destino aciago sustituye el optimismo, la cultura de la derrota, se entroniza. Como cuando la gente sube, cual animal insensible, al Transantiago y reclama, patea y putea con la certeza a priori de que no sirve de nada y conciente que esas máquinas Volvo, que en Estocolmo no habrían rodado un día, aquí, en Santiago de Chile, tiene para rato. Y hay que acostumbrarse.

En el ínterin, la derecha secuestró el lenguaje más preciado de la izquierda y lo hizo suyo. El cambio, sinónimo de revolución, es hoy de propiedad indiscutida de la derecha más derecha. Lo popular, es el apellido de esta misma derecha que arrebató las palabras a sus dueños de antaño. Como si nada. Y curiosamente, la palabra pueblo, desapareció del léxico zurdo. Y nadie dijo esta boca es mía. Hasta las palabras nos han sido quitadas de la boca, o abandonadas ex profeso. Esas que formaban las consignas más unitarias y combativas, las canciones gallardas y guerreras, y los discursos más rebeldes y revolucionarios, hoy trashuman a la siga de bocas que quieran gritarlas.

Los escasos triunfos que la izquierda de pronto obtiene, caen, se truncan más temprano que tarde por la certeza inmutable de que es imposible ganar si no es en forma transitoria. Y sólo para hacer más amargo el próximo repliegue. Se lee como victoria indiscutible, soberbia, fastuosa, lo que el rigor no es más que una dádiva calculada de los dueños de todo, que serán lo que usted quiera, pero tontos, ni por asomo. Un par de alcaldes, concejales, diputados, si se miran bien, son más triunfo del sistema que con ellos se legitima, que de la gente que se dice se representan. La buena fe de muchos que creen que esa gradualidad llevará la victoria final, resulta enternecedora.

La izquierda chilena se ha acostumbrado a perder. Se ha aceptado la derrota como el estado natural. Cuando se hace un recuento de la historia reciente y las derrotas y se comparan con los triunfos, no hay donde perderse. El pesimismo que afecta a los perdedores consuetudinarios informa que por delante sólo queda adecuar la vida de tal manera que las sucesivas derrotas no nos compliquen demasiado. Para los efectos de mitigar tantos dolores, se vive en la tibieza de la nostalgia, ese dolor al pasado, recordando batallas que tal vez fueron, y que no sumaron mucho para la victoria final. Tal vez, algunos cuentos para sobrinos y nietos futuros.

Alguien se propuso derrotar estratégicamente a la izquierda y lo hizo. Borró los vestigios de la ambición por la victoria, tanta veces cantada. Desdibujó mediante discursos atravesados el motor que fue capaz de proezas significativas: la mística, esa fuerza capaz de todo. De tanto invocar la potente fuerza del pueblo organizado, el pueblo cambió de barrio y sus organizaciones se diluyeron repartidas en varios administradores de vencidos.

El sistema se reorganiza cada día para entronizar mil años de dominio derechista. Ante esa expectativa, la izquierda no tiene un plan, una idea, una palabra. La imposición de laberintos discursivos propios de teologías y chamullos profesionales, se toman las tribunas que de vez en cuando se levantan. Y deja todo donde mismo.

¿Y si se tanteara la generosidad de bajar las banderas de la izquierda, esas pocas que quedan y democratizarla buscando aquello articula, más que lo que une, y dando paso a nuevos dirigentes que esperan su turno a la sombra en alguna parte?

Cómo saber.

lunes, 10 de mayo de 2010

Impunidad como forma de vida política


El schok y la impunidad (Punto Final Nº 708)
por Ricardo Candia Cares
Pocas cosas como la impunidad, esa cultura de dejar sin castigo aquello que lo amerita por razones de justicia, cuando no de ética.
Inaugurada hace veinte años por ese demócrata en la medida de lo posible, Patricio Aylwin, la impunidad ha venido siendo el sustrato en el cual se crían los mandamases y los aprendices de tal.
La falta de sanción para quien la merece ha enfermado al país de un síndrome que se caracteriza por la falta de advertencia sobre aquello que le afecta, ofende o agrede. De esa manera, los verdaderos responsables de los horrores que ocurrieron en este país hace años quedaron sin sanción. Sólo fueron castigados sicarios y mandos menores, dejando en la más absoluta impunidad a quienes planearon y dirigieron tales crímenes de lesa humanidad.
Ya no llama la atención de nadie que día a día en los noticieros de la televisión y en las páginas selectas de los diarios, aparezcan personajes que durante la dictadura fueron funcionarios de alto nivel, ejecutores, cómplices, encubridores de cuanto crimen se cometió en esos aciagos diecisiete años. Como si nada.
La doctrina impuesta desde el primer gobierno de la Concertación, sirvió para lo que vendría después. En adelante, las promesas de los sucesivos gobiernos que no fueron cumplidas, no tuvieron el castigo que el sentido común reserva a los que mienten o engañan.
Cada chileno deberá recordar las incursiones aerotransportadas al territorio mapuche con su secuela de muerte, tortura, malos tratos, prisión y desprecio. Lo que en cualquier parte del mundo es una práctica genocida, aquí son escaramuzas que no ameritan ni siquiera una sanción moral. Las autoridades, los comisarios y sheriff que dirigieron la represión a los indios, no sólo pasaron impunes, sino que mas de alguno fue premiado con un suculento escaño parlamentario.
Del mismo modo quedó sin sanción el saqueo mayúsculo de que fue objeto el Estado. Perdido en las piruetas legales, los innumerables juicios que apuntaban a personajes de la Concertación en robos en las arcas fiscales, se diluyeron hasta quedar sumidos en la amnesia que lo cura todo. Las insistencias de algunos jueces duraron lo que dura una flor y un manto de niebla y silencio quedó sobre EFE, MOP, GATE, Transantiago, ENAP, Chile Deportes, COPEVA….
Impunes quedan las puertas giratorias que permiten a ciertos personajes, siempre los mismos, fichar por el Estado después de dejar la empresa privada, para volver por esos rumbos, no bien se han hecho expertos en los respectivos giros. La privatización del ex Comandante en Jefe del Ejército, transfigurado por el milagro del poder en Sub Secretario no bien se sacó la guerrera, es el último ejemplo.
Sebastián Piñera afirma que venderá LAN antes de asumir como presidente y que Chilevisión será traspasada a una fundación en el mismo plazo. La ley dice que los funcionarios públicos y los parlamentarios deben hacer declaración de sus intereses y patrimonio. Que nadie cumpla cabalmente con estas obligaciones, da exactamente lo mismo. No hay sanción.
¿Qué le ha sucedido a los que han dirigido por años la CUT sin que hayan hecho nada por frenar la embestida patronal que viene dejando sin derechos a los tontos que viven de su trabajo? Nada.
¿Qué explicación se ha conocido por la muerte a tiros de los siete reos que huían del terremoto y de la cárcel aquel cercando 27 de febrero, tres de los cuales estaban en calidad de imputados? Ninguna. Esta tragedia no ameritó ser noticia en ningún medio.
La prensa informa de la escandalosa cantidad de niños delincuentes que operan en la ciudad. Las acusaciones van y vienen a la siga de los que tienen responsabilidad en esta tragedia. A lo sumo, en un arranque autocrítico encomiable, no falta el que atina a afirmar en que todos somos culpables, sabiendo que eso es lo mismo que decir que no es nadie.
Por estos días se han escuchado algunos susurros concertacionistas con rasgos de autocrítica. Ocultos bajo el follaje tupido de la soberbia, han sonado tímidos, inconclusos y poca cosa. No van a pasar de un ejercicio necesario para pasar cuentas internas y desarrollar operaciones de inteligencia.
La periodista Naomi Klein propone una tesis aterradora: La “Doctrina del Shock”, que en términos generales, significa que los individuos y las sociedades quedan en un estado de gran vulnerabilidad ante los desastres naturales o los golpes militares. En estos casos de gran conmoción, las personas y las sociedades generan una gran vulnerabilidad y debilitamiento de su voluntad, quedando proclives a la voluntad de quien o quienes se levanten con mayor fuerza y decisión señalándoles un camino. No importa cual.
Es cuando penetra el neoliberalismo, el autoritarismo, la mentira, y la impunidad.