miércoles, 4 de noviembre de 2009

Viera Gallo miente, todos mienten.


Por Ricardo Candia Cares

Red de Prensa Popular

Para comer pescado el ministro Viera Gallo es probable que guarde el cuidado que el refrán popular advierte. Pero es notorio que para mentir no toma las mismas precauciones. Aunque todos los ministros mienten a diario, algunos tienen desarrollada una papila que les permite pasar inadvertidos, las más de las veces. Otros, se atragantan con sus mentiras, pero, luego de un rato, siguen tan campantes, como si nada

En su convencimiento de que todos los chilenos son estúpidos, Viera Gallo dice que no dijo lo que dijo. Como si nadie pudiera ir al sitio del senado y abrir la sesión Nº 73 del martes 25 de noviembre de 2008 y leer la intervención del ministro, con relación a la Deuda Histórica con los profesores.

Viera Gallo dice que no dijo “…cuando el Gobierno concurrió a dar el aval para que se conformara una Comisión en la Cámara de Diputados, lo hizo porque se reconoce la existencia de dicha deuda y porque se buscará alguna fórmula, dentro de lo que sea económicamente razonable, a fin de resolver ese gravísimo problema”.

Convencido de que la impunidad es democrática y no sólo sirve para que los violadores de los derechos humanos que hoy posan de personas decentes, vivan en paz y tranquilidad, el ministro interpreta sus palabras en una voltereta propia de las pistas circenses, sabiendo que no le va a pasar nada.

El ministro interpreta de lo más bien lo que han sido los gobiernos de la Concertación. De la sola lectura de esos programas de gobierno, se desprenden una sucesión de mentiras con forma de promesas electorales, que se esfumaron una vez que se terciaron sus bandas tricolores los últimos cuatro presidentes.

Amparado en esa impunidad de la mentira, esa pequeña casi salva, han denostado al pueblo mapuche mostrando a los indios como terroristas y bárbaros, permitiendo por omisión y ceguera autoinducida, que la policía y los fiscales monten operaciones de inteligencia para incriminar a sus líderes en actos criminales.

La misma impunidad que luce la ministra de educación cuando miente respecto de las exigencias de los profesores. Haciendo gala de la prepotencia propia de una patrona con su nana, trata mal a los profesores, a los que desprecia sin disimulo. La misma que usa el ministro Velasco para negar mejoramientos en las condiciones salariales a los trabajadores. O la que exhala en sus sonrisas irónicas el ministro de defensa Vidal en sus periódicas salidas de madre y chistes fomes. Y la de Pérez Yoma, del Sheriff Rosende….

La mentira, y su prima hermana la prepotencia, ha hecho escuela en estos veinte años de eterna transición. Bien amparada por esa institución chilena llamada impunidad. En este país una autoridad puede decir una cosa y después, sin que se le mueva un pelo decir lo contrario. Y no le pasa nada. El octavo mandamiento, vale callampa en Chile.

La mentira se ha entronizado de tal manera que resulta un trabajo importante determinar qué es verdad y que no lo es. Da la impresión que la verdad es una mentira contada por un ministro, reproducida por los diarios y por el noticiario de las nueve.

Alguno entenderá que el ejercicio del poder, del tamaño que sea da lo mismo, no puede prescindir de esta transformación de la realidad muchas veces por razones que lo justifican todo. Entre ellas, las famosas razones de estado.

Definida como decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa, la mentira ha pasado a ser parte del paisaje. La verdad, esa incómoda porfiada, pasa susto en boca de las autoridades. Sin embargo, lo que debiera ser motivo suficiente para algún tipo de sanción, es premiada con el silencio cómplice de quienes deberían poner las cosas en su lugar.

Tan terrible como los mandamases mintiendo, es la gleba aceptándolo sin asomo de reacción. Se viene asumiendo como válido y legítimo que una autoridad, pueda desdecirse sin mayores complejos. Si hoy dice blanco, porque de verdad es blanco, mañana dirá que es negro, bueno, porque es mejor que así sea.

Están quedando sólo los niños y los borrachos como admiradores de lo verdadero. El resto, los adultos y abstemios del sistema, según y cómo.

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