Publicada en facebook el Viernes, 09 de septiembre de 2011, 12:37
Cuando por alguna extraña razón en Chile no pasa nada grave, los habitantes andan como inquietos, pensando en la inminencia de la tragedia que pondrá las cosas en su lugar.
Y si no es un volcán que arrasa con todo, o una inundación bíblica o un terremoto de fin de mundo, serán los militares que bombardean los palacios, la policía que balea a mansalva a insurrectos y alzados.
El caso es que para tierra tranquila, otra, porque aquí las cosas no terminan de pasar.
El Chile que conocemos es lo que queda después que la naturaleza dice su palabra y después de lo que dice la cultura que domina y que define a unos pocos dominando por sobre otros muchos. Sometidos y sometedores inauguraron ese tira y afloja no más los pendones de España asomaron en el horizonte para maldición de los indios que habitaban estas regiones.
La sed de oro que tiene la particularidad de aumentar en tanto más se sacia, ha quedado en algunos como legado indeleble después de muchos siglos. Esa fuerza misteriosa por la riqueza ha ido perfeccionando métodos, pero la enfermedad que hay detrás se mantiene en su estado primitivo, como ciertas larvas o insectos primigenios.
De esos tiempos remotos viene ese pálpito que vibra en los negociadores del gobierno cuando intentan anular a los estudiantes.
Puestas las cartas sobre la mesa, al final, lo que se enfrenta entre los poderosos y los estudiantes, entre patrones y empleados, entre explotadores y explotados, es la misma contradicción de siempre: los que tienen, quieren más, y los que no tienen nada, quieren un poco.
Este siglo veintiuno trae consigo contradicciones trágicas. Como nunca en la historia hay tantos genios en las más diversas áreas, ni tanto arte. El desarrollo de la ciencia permite viajes a rincones inimaginados de la vastedad de la galaxia, y sistemas de comunicación que ni los delirios más exóticos pudieron prever. No hay rincón en la tierra donde no lleguen los artilugios que nos observan desde las alturas invisibles.
Sin embargo, decenas de miles de niños mueren de hambre al día, y en vastas zonas del planeta hay matanzas entre rivales con el mismo per cápita, del mismo color, y con la misma hambre.
¿Cuánto hace falta para que los ricos del mundo se curen de la enfermedad del tener? ¿Habrá una cura para la peste de la riqueza? Al paso que vamos la especie humana tendrá no mucho más sobre la tierra antes que la epidemia total o la guerra sin retorno deje todo en el silencio de la muerte. De qué va a servir entonces haber tenido tanto si ya no habrá nada sobre la faz de la tierra.
Más aún, de no mediar reformas de última hora, ni siquiera en el reino de los cielos, bastión último de los poderosos, será posible el disfrute de la riqueza terrena.
El azote de un sistema que pone en el centro de su quehacer la insana manía de ganar dinero no importa como, carcome todo cuanto hay a su alrededor. Escuelas y universidades se han transformado en negocios mucho menos complicados que el tráfico, las botillerías o los prostíbulos, y generan mucho más dinero.
Jamás el sistema va a renunciar a la ganancia. Sus organismos necesitan de esa sensación para vivir y reproducirse. Resulta extraño pensar en un rico que abandone el lucro, un magnate que quiera repartir sus riquezas o un poderoso que se cure de los incontrolables accesos por acopiar más y más.
También resulta inconcebible que de vez en cuando el populacho intente imponer una lógica distinta, así sea que ganen transitoriamente el gobierno o marchen centenares de miles por las calles.
Hace mucho tiempo un puñado de hombres y mujeres creyeron que esto era posible, que más allá del egoísmo había solidaridad, y que el lucro podía compartir con la justicia en proporciones humanas. Millones de optimistas pensaron que era posible. Muchos de ellos también sospecharon que en este país eso era complicado y algunos pesimistas dijeron que los poderosos no se quedarían tranquilos, y avizoraron la desgracia que siempre sobrevuela. Y tuvieron razón
Un día martes nublado, los aviones de la fuerza Aérea bombardearon La Moneda para poner las cosas en su lugar. Ahí comenzó todo.
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